Aparentemente ese es un cuento para niños, un relato simple que ya no mueve a las conciencias de la época entusiasmadas hoy por las colosales proyecciones de la técnica moderna en la conquista del espacio y en las truculencias inauditas de la ciencia ficción. Pero no. Este cuento como otros famosos de la literatura universal, tiene vigencia eterna, tanto por la belleza formal de su estilo como por el contenido de sus magníficas enseñanzas.
Fué el maestro nicaraguense don Sofonías Salvatierra quien dando clases de Historia Universal donde yo estudiaba en la Escuela Normal de Maestros en 1937, en Santa Ana, se refirió a este cuento interpretándolo de la siguiente manera:
Los tres príncipes representan a la juventud; el pájaro que habla, la fuente que llora y el árbol que canta, significan los ideales que todo joven alienta en su imaginación y en su pecho; el derviche es el representativo de los padres y maestros que orientan con sus consejos a sus hijos y alumnos; la bolita significa los consejos puestos en práctica; la montaña es la vida misma con sus peligros, penalidades, deleites, embrujos y alegrías; las voces que atraen la atención, son las invitaciones que a diario experimentamos para los goces, la lujuria, las distracciones, la holganza; volverse hacia atrás significa el temor a seguir adelante, de sacrificarnos sin provecho, falta de voluntad para conquistar lo que resulta difícil hasta el punto de estancarnos y quedarnos como el común de los conformistas y frustrados.
Esta lección que dió a mi curso el viejo maestro centroamericano y centroamericanista ya fallecido, la transmito yo ahora, por medio de este relato sencillo, a los jóvenes que esperan en la vida y de la vida las mejores recompensas para sus generosos empeños de superación.